En estos días pude ver la alegría de mi pueblo. Vi que mientras unos festejaban el segundo centenario otros permanecían atados al primero. Pero los ví felices.
¡La gente que fue al Teatro Colón estaba feliz de estar ahí y no en la calle! Fueron elegidos y ellos eligieron estar ahí con el Pepe Mujica, "presidente guerrillero" de Uruguay que, en un acto que mi limitado intelecto se resiste a develar, acompañó. Un acto con muchos personajes "masivos" y "mediáticos", la gente "de actualidad" que se sentirán agradecidos de por vida por haber estado ahí tratando de reeditar el primer centenario, el de la elite, el de los pocos, el de la "parte sana" de la sociedad... ¡Y hasta tuvieron un público espectador que los acompañó!
Los que estuvimos en la calle, a unas poquitas cuadras de ahí, estábamos felices de estar ahí. Estaremos agradecidos de por vida el haber compartido esos días con miles de nuestros artistas populares y ese "aluvión zoológico" (como decía Borges) que formábamos los millones de este pueblo de "colores extraños", de lugares periféricos, alejados de los centros del poder económico. Festejábamos un segundo centenario que se diferenciaba del primero porque, entre otras cosas, hay más justicia social, mayor inclusión, las mujeres con plenos derechos, una democracia imperfecta pero verdadera y mejorable... Y sobre todo, la sensación de que la historia está en nuestras manos...
Ni unos ni otros estábamos tristes por no estar aquí o allá. Porque sabíamos que si queríamos podíamos ir donde se nos antojara. Sin hipocresías. Como hicieron los presidentes de los países hermanos. Los que faltaron a la invitación no quisieron ser hipócritas y está bien que no vinieran.
Vivimos simultánemanete esa alegría desbordante de los dos centenarios.
El primero que se regodea en sus "glorias del pasado" en el que "todo tiempo pasado fue mejor", que siguen intentado perpetuar el mito de alguna incierta "edad de oro", con la indisimulada intención del "eterno retorno" a la búsqueda de privilegios que, en rigor de verdad, muchos de los presentes en el Colón no hubieran gozado hace cien años.
Y el segundo centenario, el del pueblo, el del presente, el que adivina un futuro a construirse entre todos, el que sabe que no hay destino trazado, el de la certeza de que "al andar se hace camino".
En una celebración sin policía, sin violencia, sin banderías, todos estuvimos compartiendo la alegría de la fiesta patria. Tanto los que son (y quieren ser) el pueblo, como los que no lo son (ni quieren serlo). Todos pudimos elegir con LIBERTAD de qué lado estar.
La ciudad de Buenos Aires tuvo el festejo que sus gobernantes eligieron con los que ellos invitaron y los que eligieron asistir. Lo mismo ocurrió en cada provincia, en cada pueblo.
La Nación tuvo el festejo que sus gobernantes eligieron. El pueblo decidió participar de los festejos y hacerlos propios. Nadie puede arrogarse esta fiesta popular, esta alegría compartida y desbordante.
¡La gente que fue al Teatro Colón estaba feliz de estar ahí y no en la calle! Fueron elegidos y ellos eligieron estar ahí con el Pepe Mujica, "presidente guerrillero" de Uruguay que, en un acto que mi limitado intelecto se resiste a develar, acompañó. Un acto con muchos personajes "masivos" y "mediáticos", la gente "de actualidad" que se sentirán agradecidos de por vida por haber estado ahí tratando de reeditar el primer centenario, el de la elite, el de los pocos, el de la "parte sana" de la sociedad... ¡Y hasta tuvieron un público espectador que los acompañó!
Los que estuvimos en la calle, a unas poquitas cuadras de ahí, estábamos felices de estar ahí. Estaremos agradecidos de por vida el haber compartido esos días con miles de nuestros artistas populares y ese "aluvión zoológico" (como decía Borges) que formábamos los millones de este pueblo de "colores extraños", de lugares periféricos, alejados de los centros del poder económico. Festejábamos un segundo centenario que se diferenciaba del primero porque, entre otras cosas, hay más justicia social, mayor inclusión, las mujeres con plenos derechos, una democracia imperfecta pero verdadera y mejorable... Y sobre todo, la sensación de que la historia está en nuestras manos...
Ni unos ni otros estábamos tristes por no estar aquí o allá. Porque sabíamos que si queríamos podíamos ir donde se nos antojara. Sin hipocresías. Como hicieron los presidentes de los países hermanos. Los que faltaron a la invitación no quisieron ser hipócritas y está bien que no vinieran.
Vivimos simultánemanete esa alegría desbordante de los dos centenarios.
El primero que se regodea en sus "glorias del pasado" en el que "todo tiempo pasado fue mejor", que siguen intentado perpetuar el mito de alguna incierta "edad de oro", con la indisimulada intención del "eterno retorno" a la búsqueda de privilegios que, en rigor de verdad, muchos de los presentes en el Colón no hubieran gozado hace cien años.
Y el segundo centenario, el del pueblo, el del presente, el que adivina un futuro a construirse entre todos, el que sabe que no hay destino trazado, el de la certeza de que "al andar se hace camino".
En una celebración sin policía, sin violencia, sin banderías, todos estuvimos compartiendo la alegría de la fiesta patria. Tanto los que son (y quieren ser) el pueblo, como los que no lo son (ni quieren serlo). Todos pudimos elegir con LIBERTAD de qué lado estar.
La ciudad de Buenos Aires tuvo el festejo que sus gobernantes eligieron con los que ellos invitaron y los que eligieron asistir. Lo mismo ocurrió en cada provincia, en cada pueblo.
La Nación tuvo el festejo que sus gobernantes eligieron. El pueblo decidió participar de los festejos y hacerlos propios. Nadie puede arrogarse esta fiesta popular, esta alegría compartida y desbordante.
Ciertamente, como ha dicho el poeta "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio"
Raúl Guevara